El miedo a apretar el freno

marzo 01, 2023

El miedo a apretar el freno

La sensación de no poder parar. Estar tan acostumbrados a un ritmo frenético, a un estrés o nivel de alerta tan elevado y constante que se ha convertido en nuestra zona de confort. Nos encontramos de repente dentro de un huracán de trabajo, deporte, planes o tareas infinitas… ¿Te resulta familiar?

¿Por qué sucede esto?

El ser humano es capaz de adaptarse a casi cualquier situación. Esto es una ventaja increíble para la supervivencia de la especie. Nos permite perfeccionar estrategias y mecanismos para que formen parte de nuestro día a día, como nuestras herramientas de bolsillo.


El problema aparece cuando una situación vital, un contexto difícil o amenazador en algún sentido, se establece en nuestra vida sin intención de marcharse a corto plazo. Normalmente nos marca más cuando aparece en la infancia o adolescencia, pero puede suceder en cualquier momento de la vida,
sobre todo si es un momento de vulnerabilidad.


Esto nos requiere activar en nosotros una alerta muy potente y desarrollar estrategias DE EMERGENCIA.

 

  • Estrategias de protección a mí mismo (conductas o comunicación agresiva o evitativa) o a mi entorno (cuidar a los otros en exceso, priorizar el bienestar de los demás).
  • Estrategias para evadirme de esa situación y de nuevo desactivar esa alarma por un tiempo (comer en exceso o comida muy palatable de manera descontrolada, consumir drogas, conductas de riesgo, movimiento en exceso…). Conductas tan intensas que no me permiten pensar o sentir ese malestar.
  • Estrategias de control para compensar la inseguridad que me genera el ambiente (controlar en exceso lo que como, mi imagen, mis notas, mi rendimiento laboral o deportivo…) incluso llegar al extremo de establecer reglas conscientes o inconscientes que me generen una seguridad momentánea, es decir, bajen mi alerta hiperactiva por un rato (compulsiones, rituales…).

Todo esto es claramente muy desgastantea todos los niveles. Aun así,genera cierta adicción, ya que nos distrae de sensaciones desagradables.

El contexto en el que aparece la estrategia, tanto por primera vez como a lo largo de la vida, puede ser realmente amenazador, como es crecer en una familia donde se ejerce maltrato, padecer yo misma o un vínculo de apego muy cercano una enfermedad, sufrir un accidente, tener un trabajo muy exigente, sufrir acoso … 

Pero también puede darse que sintamos indefensión al infravalorar nuestra capacidad para afrontar una amenaza (que quizás desde otra perspectiva no es tan grande). 

Es decir… El problema no es solo la amenaza en sí, sino que es mucho más importante la percepción que tengo de mi propia capacidadpara afrontar esa situación.

En casos extremos, o repetidos en el tiempo, se produce lo que llamamos trauma.

 

Volvamos al no poder parar…

Cuando durante mucho tiempo nuestra estrategia ha sido ser productivos, ser útiles, incluso intentar ser perfectos, ocupar cada minuto de nuestro tiempo, la tranquilidad se convierte en algo extraño. El descanso, la calma, el poder “no hacer nada” deja de estar en nuestro día a día.

A lo que no nos exponemos regularmente se convierte en algo raro para nuestro sistema nervioso y activa nuestras alarmas.

 ¿Cuántas veces se habla del miedo a lo desconocido?

¿Y si lo desconocido es la paz, la pausa, el silencio?

 

Muchas veces nos damos cuenta que un ritmo frenético de trabajo, estudio o incluso actividades de ocio no nos está haciendo bien. Podemos haberlo intentado, cuando nuestros familiares y amigos nos repiten que tenemos que bajar el ritmo, que no podemos seguir así. Cuando nosotros mismos nos damos cuenta de ese desgaste y hacemos un click.

Y cuando lo estamos intentando, cuando me siento en el sofá, cuando decido no quedarme horas extras o decir NO a un plan…

ANSIEDAD. Un malestar tan grande que nos ahoga, nos despierta mil pensamientos autodestructivos que no podemos soportar.

Y aquí nos damos cuenta que no toleramos la tranquilidad. Parece que me sale más a cuenta quedarme en mi zona de confort, aunque esté acabando con mi salud física y psicológica.

¿Cómo salimos de aquí?

No es fácil cambiar dinámicas que llevan acompañándonos seguramente muchos años. Como cualquier mal hábito, es difícil de cambiar. Y si añadimos que normalmente esa hiperactividad es premiada y valorada por nuestro entorno y por la sociedad en general, mucho más difícil aún.

En muchos casos, la ayuda de un profesional se va a hacer necesaria para individualizar nuestro caso, analizar porqué en algún momento necesité activar estas estrategias y todos los factores que mantienen este ritmo. A veces se nos escapan cosas y nuestro sensor para saber dónde está el equilibrio no funciona. 

Pese a esto, podemos empezar ya a trabajar en ello:

Nadie nos ha enseñado la importancia del placer

Nadie nos enseña que cuando tenemos suficiente placeren nuestra vida, no es tan necesario acabar con las emociones desagradables. El disfrute y el bienestar que recibimos aumenta nuestra capacidad para gestionar aquel dolor que, inevitablemente, llega a nuestras vidas.

No es posible liberarnos de comportamientos o substancias que nos hacen daño y limitan nuestras vidas sin hacer de los placeres saludables una prioridad en nuestras vidas.

Esas sustancias y conductas seguirán generando ese subidón… pero no nos generarán la necesidad incontrolable de acudir a ellos en exceso.

El contacto real con los demás y conmigo mismo, la naturaleza, el movimiento, como el baile o el yoga, y el deporte, actividades que requieran conexión como pintar o escribir, son buenos ejemplos. Aun así, es importante hacernos la pregunta a nosotros mismos: 

¿Qué me hace o me ha hecho alguna vez disfrutar de verdad?

 

Tristemente, muchos encontraremos esta pregunta difícil o la respuesta se distorsionará con conductas que, en el fondo, me generan más ansiedad. Es posible que nos toque indagar un poco más o probar.

 

La curiosidad como gran aliada

 

Tener una actitud curiosa sobre nuestras emociones, sensaciones corporales, dificultades y experiencias pasadas nos permite poner distancia entre nosotros y el problema. Yo solo soy el contenedor de todas estas experiencias.

La tendencia es juzgar y quejarnos, repetirnos: “¿Por qué me pasa esto a mí? Odio esta sensación”o incluso culparnos: “Debería haber actuado diferente, soy un desastre”, “Me lo merezco…” “Eres tonto, otra vez…” 

Esta es la perspectiva del castigo. Este mecanismo para controlar funciona desde el miedo. Nos hace actuar para evitar o huir del sufrimiento desde la angustia, sin aprender profundamentede ello y torturándonos en el camino, agotando nuestra energía inútilmente. 

 

Por otro lado, la curiosidad nos permite distanciarnos emocionalmente por un momento. Aprender, observar con consciencia desde un estado del sistema nervioso mucho más relajado.

Cuando rebajamos el nivel de la alerta, es mucho más fácil poner el foco y, por lo tanto, tener una experiencia más plena para integrar lo que estamos viviendo.

 

¿Cómo? Haciéndonos preguntas de nuevo desde el interés genuino:

¿Cómo me siento?, ¿Qué hace que me sienta de esta manera?, ¿Esto que siento encaja con la experiencia que vivo ahora mismo?, ¿Cuándo me he sentido así en el pasado?, ¿En ese momento yo me sentía vulnerable e incapaz en esa situación? ¿Es esta situación idéntica o solo parecida? ¿Tengo nuevas estrategias ahora?

Ser mi mejor amigo

La compasiónconmigo mismo. Se cree erróneamente que la manera de gestionar la ansiedad es luchar contra ella, intentando por todos los medios apagarla. Pero igual que las arenas movedizas, esto solo consigue que nos hundamos más, que sintamos cada vez más pánico.

Nuestro sistema nervioso es capaz de experimentar muchísimas emociones de manera natural. Incluso aquellas que consideramos desagradables (miedo, rabia, vergüenza, culpa, tristeza...) son necesarias y no debemos anularlas, sino validarlas y escuchar lo que tienen que decir.

La gestión de la ansiedad llega con la capacidad para experimentar la incomodidad, el dolor o estas emociones desagradables sin quedarnos estancados.

La idea es surfear esa ansiedadcomo una ola hasta que baje. ¿Cómo? Sin huir. Mirarla de cara acompañándonoscomo lo haría un mejor amigo. Identificando las sensacionesfísicas, las emociones y los pensamientos que vienen, distanciándonos de ellos repitiéndonos: “Son solo pensamientos y sensaciones, pasarán”. Como al entrar en agua fría, al principio la intensidad parece insoportable, pero acaba haciéndose más tolerable. 

Me acompaño en tolerarlo, coloco una mano donde siento más fuerte la ansiedad (el pecho, la boca del estómago, por ejemplo) y nos repetimos: “Estoy aquí conmigo mientras pasa”, “Es muy desagradable, pero pasará”.

Aprender a poner límites y a pedir lo que necesito

Aunque hay otras estrategias, por último, me gustaría comentar la importancia de trabajar la asertividadcon los demás y conmigo mismo. Muchas veces esta autoexigencia y el no poder parar es fruto de no haber aprendido a marcar límites a los demás, a pedir las cosas que necesitamoso no poder tolerar la crítica.

Respetarnos a nosotros mismos no tiene por qué estar en contra de respetar a los demás.

Tener presentes nuestros derechos asertivos y aprender formas sanas para relacionarnos con los demás es la base del autocuidado psicológico.

Como conclusión, la base para trabajar este aspecto o cualquier otro, es la consciencia. Si no sabemos qué nos pasa, de dónde venimos y a dónde nos dirigimos, se hace imposible cualquier cambio. Hacernos preguntas, escribir, reflexionar, parar a dudar y a mirarnos siempre será un punto de partida al que volver en cualquier momento.

 

Bibliografía recomendada:

La trampa de la felicidad: Libérate de la ansiedad. Empieza a vivir - Russ Harris 

Mindfulness en la vida cotidiana: Donde quiera que vayas, ahí estás - Jon Kabat-Zinn 

Cuando el cuerpo dice NO - Dr. Gabor Maté

Sé amable contigo mismo - Kristin Neff

No soy yo –Anabel Gonzalez

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Texto escrito por nuestra psicóloga del equipo Esther Ayuste

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